Menuda se ha formado con Carmen Mola. Cuánta publicidad sin coste. Visto, oído y leído el fenómeno de su identidad, en el recuerdo queda el río de tinta en los periódicos, ya que de las redes penden comentarios de todo tipo. Las páginas Web han elevado hasta desorbitar el número de sus columnas, en fin, un revuelo destinado a acabar con el aterrizaje forzoso de una entrada, otra más en este universo digital, inabarcable y silencioso que nos rodea.
Desde el respeto, estas líneas no van más allá de una reflexión doméstica con un libro a la vista, porque desde hace veinte años por esta columna fija asoma con frecuencia la bendita adicción a la lectura, la preferencia por esos ratos donde una historia planea sin prisa. Y como la lectura es así, que atrapa sin engaño, poco importa el ataque viral al hecho de utilizar un seudónimo cuando la literatura recoge un número considerable.
Al margen de todos los comentarios, por encima de prejuicios y razonamientos de más o menos peso, está la historia contada por un creador que no tiene cara conocida ni mucho menos voz. Ésta la pone el lector y el rostro lo vemos un momento, cuando compramos el libro o al final, al cerrarlo, olvidándose al dejarlo en el estante. Una vez atrapados voluntariamente por la trama, rendidos a la seducción del argumento, al lector le da igual si el artífice es rubio o morena, si lleva lentillas o comulga con los principios del veganismo. Está ante una historia que nada tiene que ver con un nombre y dos apellidos. Por otro lado, si ha sido visto en televisión o su entrevista de promoción ha sido emitida por radio, es muy probable que la narración fluya con su voz. Sin embargo, cuando los personajes desfilan, cuando empiezan a moverse con soltura, esta voz que los une a la atmósfera se independiza hasta el punto de perder la identidad y convertirse en hilo conductor. El bagaje literario del lector aporta la capacidad y el criterio para separar la historia que está leyendo de la experiencia vital del autor, en cuyo caso no estaríamos ante una obra de ficción sino de una autobiografía.
De cualquier forma, la literatura instruye entreteniendo desde la evasión. El análisis viene después del me gusta o no y sea cual sea siempre resulta enriquecedor. Si Carmen Mola lo ha logrado, bienvenida sea, y si no también, porque se queda entre nosotros, igual que lo hicieron Lewis Carroll, Mark Twain, Fernán Caballero o el propio Pessoa. La identidad ya se la había dado el lector mucho antes de que sus autores y el mercantilismo la inventaran. Dejémoslos tranquilos.