Generaciones

el siglo xx fue pródigo en inventos. Uno de ellos, de los que podríamos catalogar como inmateriales, fue el de etiquetar a las diferentes generaciones. En principio fue un invento de contextualización histórica y cultural: la generación del 27, la generación de la postguerra, la generación beat, la generación hippy, la generación baby-boom... Hasta que la publicidad lo convirtió en un fenómeno económico y social en busca de nuevos réditos y nuevas tendencias. Así surgió la generación JASP, la generación X -en la que me incluyeron sin venir a qué- y hasta las Nuevas Generaciones del PP.

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Todas ellas poseen ciertos valores en común, cierto reconocimiento popularizado, cierto prestigio, desligado de cualquier tipo de estigmatización inducida. Y así ha ocurrido hasta ahora, con la denominada Generación Ni-Ni, que puede pasar a la historia como la primera etiqueta colectiva de reminiscencias negativas. Al menos, dudo que ser reconocido como integrante de una comunidad pasajera, en la que el principal mérito resida en no tener trabajo ni estudios, sirva para presumir de expediente.
La Sexta se ha inventado un programa al respecto; sin embargo, lejos de buscar una interpretación al fenómeno, ha terminado por copiar lo peor del enemigo y convertir el experimento en un sucedáneo de la casa de gran hermano. Todo sea por la audiencia. Por maleducarla y por incidir en la aceptación social de un retrato generacional que no es fruto sino de la propia degeneración de la televisión, indecente niñera emocional de quienes han crecido al abrigo del edredoning y el triunfo sin esfuerzo. La cultura del sacrificio ha perdido la batalla frente al escuadrón de la vagancia y la nulidad intelectual, y el resultado ha sido el invento de una actitud ante la vida que unos aplauden y otros acatan, haciendo del demérito una virtud mientras los demás miran hacia otro lado, como si lo extraordinario estuviera en los que estudian y/o trabajan o tienen la intención de hacerlo.