Corren tiempos de populismos; un estilo de hacer política que está calando en determinados electores y que está dominando en parte, el debate político en España y en Europa. Un ejemplo lo tenemos en los resultados de las últimas elecciones al Parlamento europeo, aunque no son una fuerza importante para gobernar. ¿Pero qué define realmente el populismo y por qué puede resultar tan peligroso? Su principal característica es que se utiliza para hacer política chabacana, con falta de arte, gusto y mérito, ordinaria, trivial, vulgar y ramplona, con mentiras fabricadas a través de entramados propagandísticos con bulos, casos y denuncias falsas e inventadas en redes sociales como Twitter o YouTube y vídeos alarmistas que distorsionan la realidad política de un país, de una sociedad, de un partido político o de sus líderes, e incluso de sus familiares directos.
Al desarrollar un vehículo electoral personalista, sin estar vinculado a una organización política fuerte, el líder populista puede presentarse como un agente limpio, apto para ser la voz del “hombre común”, ya que no hay intermediarios entre él y el pueblo (Cristóbal Rovira Kaltwasser, sociólogo yPodemos considerar al populismo como el fango, la suciedad y la mierda desparramada exclusivamente para conseguir atraer a los votantes desengañados con los partidos tradicionalistas y que están en la creencia que la política institucional de un Gobierno (español o de Europa) benefician principalmente a colectivos de emigrantes perjudicando claramente a los verdaderos ciudadanos españoles, los patriotas. No reconocen los derechos sociales porque estiman que benefician siempre a los mismos y se catalogan dentro de un estatus político por encima de los demás. Este populismo no es solo de extrema derecha, sino también de partidos de izquierda radicales y el fin suele ser el mismo: desestabilizar y derrocar a los Gobiernos.
Suele ser un movimiento surrealista sin razones objetivas. Defienden sus ideas extremas claramente perjudiciales para el resto de la sociedad por encima de todo y con toda clase de artimañas. Las personas que votan a esta clase de partidos se dejan influenciar por sus emociones y por las creencias que les imparte el líder extremista; que suele ser carismático y se presenta como el salvador del país. En esta relación, se establece una conexión emocional muy fuerte porque intuye que si no le vota y le aúpa al poder, se espera una catarsis del sistema político. Su líder lo llevará a la solución de las demandas sociales insatisfechas y para él, todo lo demás es corrupción; nadie ni nada merece la pena excepto su líder. Suele ser muy difícil, cuando se conversa con esta clase de votantes, entablar una conversación lógica y coherente. Se encerrará en sus ideas y las defenderá por encima de todo. No suelen razonar, aunque se len den datos objetivos de las situación social y económica del estado, porque para ellos, todo es corrupción, todo es mentira y todo es propaganda comunista (en gobiernos de izquierda), o fascista (en gobierno de derecha).
Estos salvadores de patrias, los mismos que ya la historia nos ha puesto en nuestro camino más de una vez; son actores que hacen muy bien su papel. En sus programas electorales van a decir abiertamente a sus seguidores que lo que ellos quieren hacer es destruir o minar el sistema democrático al que consideran corrupto. De alguna manera, es la clásica expresión del clásico refrán de Goebbels, quien decía: Siempre será uno de los mejores chistes de la democracia el que proporcionó a sus enemigos mortales los medios por los que fue destruida.
Si nos fijamos en los discursos de los partidos populistas (que suelen estar reflejados en sus programas), se constata que sitúan en el centro de sus estrategias de comunicación un lenguaje fuertemente emocional con el objetivo de convencer y seducir a los electores. Digamos que les dicen lo que ellos quieren oír. Los partidos de extrema derecha (Vox) o extrema izquierda (Podemos) establecen la agenda sobre lo que se discute en los medios. Todos los días saben dar la nota. Es parte de sus habilidades. Así logran que de manera permanente, incluso intensa, los medios hablen de ellos y multiplican su presencia pública a tales fines. Los medios se convierten en caja de resonancia de sus mensajes. Exageran, dicen medias verdades o francas mentiras que se multiplican todos los días. Viven en una realidad alterna lejos de lo que ocurre en la vida cotidiana. En ella se sienten cómodos y seguros. En el fango, en la mierda vaya.
Hablan sólo a los suyos y les dicen lo que éstos quieren oír. Evitan cualquier tema que les pueda molestar. Los que no simpatizan con ellos no son reconocidos como interlocutores y no hacen ningún esfuerzo por acercarse a quienes no sean sus fieles seguidores de su liderazgo carismático. Sus adeptos son los buenos ciudadanos, los patriotas, el pueblo verdadero y los que quieren el bien. Los otros son los traidores de la causa y por eso están en el campo del mal.
Polarizan a la sociedad y la dividen en dos, los que están conmigo y los que no me rinden pleitesía (o estás conmigo o estás contra mí). No reconocen la existencia de adversarios políticos porque los consideran enemigos a los que responsabilizan de todos los males del pasado, del presente y los que vengan en el futuro. Entre estos enemigos también están los empresarios, los medios, los intelectuales, los periodistas, los científicos, los artistas…
Los populistas no tienen pudor en insultar y descalifican a quienes consideran sus enemigos, a veces con denuncias falsas en juzgados para crear opiniones en la gente sobre que tal o cual persona es una corrupta; habitualmente sin pruebas. Cuando ven la cosa fea, retiran la denuncia o se desdicen, aunque siguen descalificándolas dentro de los foros políticos donde están presentes. No respetan la libertad de expresión de los medios que los critican y los acusan de panfletarios, de fascistas o comunistas, de acuerdo a la editorial del medio de comunicación. Esto es el populismo. ¿A quien le gusta?; pues sí, tiene sus adeptos: los desengañados y resentidos con todo. Pero podemos hacer una cosa: No votarlos nunca. Dice Benjamín Moffitt - politólogo australiano -: Defino al populismo como un estilo político con tres características principales que incluye un llamamiento a "el pueblo" frente a "la élite"; unos "malos modales", con actuaciones políticas transgresoras; y un carácter de crisis o amenaza permanente para el poder establecido.