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El Loco de la salina

La puntualidad de los Reyes Magos

el viernes, como es costumbre, me dejaron salir a ver la cabalgata de los Reyes Magos. Me arreglé todo lo mejor que pude y me tiré a la calle ansioso por tomar contacto con la realeza. Me enteré de que la cosa comenzaba a las cinco y media y, aunque en cuestiones de horarios y en otras muchas cuestiones no te puedes fiar de nadie en el manicomio, sin embargo allí estaba el tío a las cuatro y media dispuesto a meter por ojo y de camino a recoger algún que otro caramelo o caramelazo.
La gente se iba congregando a lo largo de las dos aceras de la calle Real e incluso desde el mismo comienzo allá por la Iglesia de la Ardila. A las cuatro y media se dieron cita todos los componentes de la cabalgata, para que nada fallara y todo fuera brillante, La multitud se iba colocando como si ya tuviera, que la tiene de sobras, una larga experiencia en eso de ver pasar procesiones a todo pasto. Dieron las cinco. Media hora más tarde dieron también las cinco y media. Mi reloj no es que sea una maravilla suiza del otro mundo, pero, cuando dice que son las cinco y media, es que son las cinco y media más o menos en punto. Pues nada. La comitiva no arrancaba.

El sol estaba en su apogeo y la tarde invitaba a estar en la calle pendiente de todo lo que pudiera ocurrir. Las carrozas, muy bonitas por cierto y con mucho toque de originalidad, estaban ya dispuestas desde las cuatro y media y esperando que dieran la orden de comenzar. Miré otra vez mi reloj. Las seis menos cuarto y aquello estaba más parado que el país. Hubo un momento en que dudé de la exactitud de mi reloj, pero despejé toda duda al pensar que nunca me había traicionado y sobre todo cuando observé que el secundero funcionaba mejor que yo. Los pajes, los príncipes, los niños, las estrellitas, la música…, todo estaba ya colocado en su sitio hacía más de una hora. Y los Reyes sin dar la cara. En el aire solamente saltaba una pregunta: ¿a qué hora dijeron que salía? Las respuestas coincidían en señalar que era a las cinco y media. Sin embargo las cinco y media ya eran puro pasado. El problema es que dieron las seis en punto. Esta vez no había dudas, porque se escuchaban campanas de iglesias cercanas delatando la situación. A pesar de todo, aquello estaba más parado que la defensa del Madrid cuando juega contra el Barça. Todo el mundo se preguntaba qué habría podido ocurrir y nadie acertaba a dar una explicación convincente. Los niños ya acusaban el retraso y el que no se había quitado ya el turbante se había despojado de la capa. Por lo visto se corrió el rumor de que no se comenzaba, porque los Reyes Magos de Oriente no habían llegado todavía. Yo lo entendí al momento, porque llegar desde Oriente lleva su tiempo y la gente no puede pretender que desde Oriente hasta la zona más extrema del Occidente se pueda llegar en cinco minutos. Eso no es un huevo que se echa a freir. Pero el personal parecía no comprender este simple razonamiento y comenzaba a largar cosas raras. El reloj marcaba ya las seis y diez minutos y, cuando la multitud se devanaba los sesos intentando adivinar las causas exactas del retraso, llegaron los Reyes, se montaron en sus carrozas como si aquí no hubiera pasado nada, y comenzó la comitiva. Yo me hice para mis adentros varias preguntas: ¿Es que los Reyes no han cambiado la hora todavía? ¿Es que aquí nadie cae en la cuenta de que había multitud de niños esperando y desesperando para acompañarlos o para verlos pasar? ¿Es que los Reyes tenían cosas más importantes que hacer? ¿Es que algún Urdangarín les estaba calentando la cabeza y no se centraban en lo que se tenían que centrar? Lamentable.

Por otra parte, todo no iba a ser negativo, puesto que la cosa después discurrió por cauces normales, al menos lo que yo pude ver y todo fue muy bonito. Lástima que la falta de puntualidad haya sido en este caso real.

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