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El Loco de la salina

Tatín y Mame

 El otro día vinieron al manicomio a visitarme mis cuñados Tatín y Mame. Me llevé una gran alegría al verlos y, aunque pensé de golpe que a lo mejor venían a regalarme un calendario del nuevo año para que me entretuviera en tachar los días, en realidad no sabía con seguridad cuál podría ser el motivo de su visita.
Después de preguntarme cómo estaba y de yo decirle que bien dentro de lo que cabía y que cabía más bien poco, me soltaron de pronto, como los que no quieren la cosa, que se iban a casar. Los miré, me miraron, me interrogué, me siguieron mirando y terminé quedándome de piedra, porque yo los suponía ya casados de sobra y como mandan los cánones eclesiásticos. En seguida Tatín me lo aclaró, a sabiendas de que mi mente no soporta latigazos de ese tipo. Me dijo que cumplían cincuenta años de casados y que habían decidido volverse a casar otra vez. Respiré profundamente como liberado de haber tenido un grave despiste y continuaron diciéndome que incluso lo iban a celebrar y que contaban con mi presencia. Ya sé que el director del manicomio, cuando le pida el permiso y le diga que quiero ir a la boda de mis cuñados que ya están casados, pero que se van a casar otra vez, me va a decir que si estoy loco, pero me lo va a decir convencido de que lo estoy. Por supuesto que iré, si me deja. Mientras mis cuñados me contaban otros detalles organizativos de su nueva boda, no pude evitar que mi cerebro se pusiera a trabajar en silencio y a recordar vivencias junto a Tatín. Muchas de ellas me constan por haberlas vivido en primera persona y otras se las escuché a él cuando hemos coincidido en reuniones, cenas o comidas. Tatín es un hombre sincero, de carácter alegre y dicharachero, amigo de la paz y del buen entendimiento entre las personas, honrado y cumplidor, trabajador al máximo, buscavidas incansable…Éstas son algunas de las características que adornan y distinguen al cuñado que uno siempre hubiera querido tener y al que por suerte yo he tenido en su persona. Es una imagen viva de su padre Agustín, con el que compartía nombre y forma de ser, aunque Agustín hijo, el más parecido a su padre de todos los hermanos (cinco varones y cuatro hembras), abrevió su nombre y lo redujo a Tatín para que en algo se diferenciaran ambos.
A través de esos cincuenta años, que por cierto han pasado como un vuelo fugaz, se puede decir que Tatín hizo de todo lo que ustedes se puedan imaginar: midió metro a metro cada rincón de cada casa por toda la Provincia de Cádiz recorriendo pueblos, manzanas y viviendas, tuvo una cochinera en el Zaporito, en la que alimentaba a los cochinos con las sobras que conseguía en el ya desaparecido Cuartel de Instrucción, recuperó ladrillos usados para hacerse su propia casa, cuando los recursos de esta bendita España estaban bajo mínimos, trabajó fielmente en La Carraca un montón de años, montó con otro hermano una Empresa de construcción…¿Para qué seguir? Y no vayan a pensar que, cuando llegaba a su casa, se ponía las zapatillas y se recostaba en el sofá. No. Metía mano junto con Mame al lavado de niños, a las comidas, a la limpieza…Y nunca se le cayeron los anillos. Tienen seis hijos por los que han luchado lo indecible y un montón de nietos dispuestos a hacerles recordar los pasados años de juventud.
Ahora Tatín y Mame, Mame y Tatín han decidido volverse a casar con la firme intención de renovar un cariño que no ha muerto con el paso de esos cincuenta años. Son de admirar, porque unas bodas de oro no se dan todos los días.
Este loco, lo menos que podía hacer, es dedicarles estas líneas y desearles que lleguen sin problemas a las bodas de diamante que están ya ahí a la vuelta de la esquina.
¡Vivan los novios!

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