Es la noticia de la semana. En el manicomio no paramos de darle vueltas al asunto y no nos aclaramos. Aquí nos equivocamos cada dos por tres, pero, como estamos locos perdidos, todo el mundo lo ve normal y nos sigue la corriente.
Napoleón se equivocó muchas veces, pero el Bonaparte que tenemos aquí sigue en sus trece y no arría velas. Sin embargo, ha salido el rey en persona y ha reconocido, cojeando y todo, que se ha equivocado y que no volverá a ocurrir. O sea, se debe referir a lo del elefante. Ha sido un error grande, como el propio animal indica. Y la gente se ha quedado con la boquita abierta. Pero no nos vamos a engañar. El personal se ha quedado flipando, no porque el rey haya hecho un ejercicio de humildad, ni porque algunos hayan visto encenderse las ansias de una tercera república, sino porque no estamos acostumbrados a que alguien reconozca que se ha equivocado. Es algo asombroso. Decían los romanos aquello de errare humanum est, que traducido al cristiano quiere decir que equivocarse es humano. También se dice que errar es humano, pero que echarles la culpa a los demás es más humano todavía. Los políticos, por ejemplo, nunca se equivocan. No sé si es porque no se consideran humanos, pero es que los tienen que matar para reconocer un error por pequeño que sea. Creen que los votantes no les van a perdonar y que como digan que se han equivocado ya no los van a votar más. Pierden las elecciones y te dicen por la misma cara que las han ganado, que la cosa va bien y que ellos no se han equivocado en nada, aunque los resultados sean de penita. Tienen asociado que reconocer un error equivale a dimitir. Y como aquí no dimite ni el tonto del pueblo, pues erre que erre y adelante con los faroles.
Existen otros muchos errores que saltan a la vista y que nos afectan de forma directa. Por ejemplo, el alcalde de La Isla podría reconocer que se ha equivocado en el tema de la limpieza y sobre todo en el asunto de la máquina que está limpiando la calle de toda la cera que han tirado los penitentes. Al paso que va dicha máquina, por llamarla de alguna forma, puede llegar la Semana Santa del próximo año y estamos todavía por el Círculo de Artes y Oficios. La dichosa máquina comienza su labor sobre las ocho y pico de la mañana, que es cuando comienzan a pasar los niños para ir al colegio, es decir, a la hora apropiada para que los chiquillos comprendan la importancia de la limpieza y se eduquen como Dios manda. En Cádiz los niños deben educarse con mayor rapidez, pues hace ya tiempo que las máquinas gaditanas terminaron su trabajo con respecto a la cera penitencial. ¿No podría Teófila prestarnos esos aparatos que tan buen resultado le han dado? De todas formas hay que reconocer que se está en la labor, pero esto puede durar más que la obra de la Catedral. Y me refiero solamente a la cera, porque si hablamos de la caca, es decir, mierda, o sea, excrementos, que están soltando diariamente sobre nuestras propias puertas de nuestras propias casas esos señores y señoras que vagabundean por estos alrededores, no acabamos. Así como suena. Esos turistas permanentes de la cerveza continua en la mano y de sus pobrecitos perros se cagan en nuestras propias narices y, mientras se mean donde les cuadra, siguen bebiendo cerveza a tope sin que nadie diga esta boca es mía ni con respecto a la caca, ni con respecto a lo de beber en la vía pública. ¿Hasta cuándo? Pues no sabemos. La cuestion es que alguien se esta equivocando y ni va al confesor, ni pide perdón, ni hace propósito de la enmienda que es lo menos que se despacha en materia de arrepentimientos.
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