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El Loco de la salina

La Isla no tiene cura

 Bueno, en realidad, cura tiene. Y curas. Incluso tiene alguno que por su estampa parece haber sido sacado del mismísimo Concilio de Trento, con su bonete de cuatro puntas, con su manteo, con su vara de mando y con todos sus avíos.
La pregunta es: ¿De dónde habrá salido ese hombre? Me ha recordado de golpe la figura del célebre padre Grillito camino del cementerio. Ver a ese cura con esa pinta en esta semana santa en varias procesiones me ha producido en el cerebro un choque frontal entre el concepto que yo tengo del siglo XXI y las ideas que circulan por mi coco sobre todo lo leído en torno al siglo XIV por no ir más lejos en el tiempo. Pues ya digo, La Isla tiene curas. Y, aunque hasta ahora había muy pocos, porque el demonio, el mundo y la carne tiran lo suyo, a partir de ahora parece que se van a llenar los seminarios de gente que pasan del demonio y del mundo, y que además se apuntan al pescado. Por lo visto desde las altas jerarquías están prometiendo a todo el que se meta a cura un sueldo fijo, un trabajo cómodo, una buena casa, aunque no del otro mundo, y sobre todo la garantía de ir al cielo, que ése sí es del otro mundo. No me extraña que se alisten muchos en esa historia, porque es lo que cabe esperar en tiempos de crisis cuando la cosa está cortita.

Sin embargo, aunque La Isla tiene cura, sin embargo lo que no tiene es remedio. Y a eso me refería. Todas las semanas santas la misma historia. Aquí nadie hace una pequeña reflexión sobre cómo se han dejado las calles. Si vieran ustedes la diferencia que hay entre los pasillos del manicomio y, por ejemplo, la calle Rosario, se llevaban las manos a la cabeza. Pero ¿saben lo que pasa? Que ustedes ya se están acostumbrando a la mierda. Y eso es peligroso. He visto cantidad de cañaíllas, quietos viendo una procesión en familia, sin parar de comer pipas toda la familia y sin dejar de escupir las cáscaras al suelo directamente. Por supuesto que eso no lo harían en la puerta de su casa, pero como se trata de las casas de los demás, no hay problema. Cuando ha terminado de pasar la Virgen, han dejado la puerta de la casa ajena de penita. Incluso un día me pareció ver, quizás fuera mi imaginación, a la Virgen volver la cara para no perderse el espectáculo de tanta suciedad en el suelo. Si la calle Rosario, céntrica y animada, llena de comercios e iluminada, bonita y rebosante de vida, está como está, pues ya se pueden hacer una idea de cómo pueden tener la cara otras calles con menos cualidades que Rosarillo.

Ha pasado ya una semana, que no será santa, pero son siete días. Y no ha aparecido por esa calle, por seguir poniéndola de ejemplo, ni una miserable máquina de la limpieza. La cera ya se ha puesto negra y repugnante como si dos mil niños hubieran estado tirando chicles en el suelo todo el día. Por definir la calle de alguna manera se podría decir que está asquerosa. Ya pueden imaginarse cómo deben estar las demás que son menos céntricas. Yo creo que ya es momento de plantearse algunos cambios. Si esto lo vamos a tener que seguir soportando creyentes y no creyentes, al menos que se aplique el lema de que el que ensucia paga. Una idea: los cirios no tienen por qué ser de cera. Es más, en ningún sitio de la Biblia dice que se tengan que llevar cirios en los pasos. Bueno, si me apuran, tampoco dice la Biblia que tengan que salir pasos, pero esa es otra película. Al señor alcalde habrá que recordarle que hace una semana la rubia alcaldesa de Cádiz ya había metido máquinas de vapor por todas las principales calles. Y a La Isla habrá que decirle que no tiene cura.

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