Hoy es el cumpleaños de mi nieto Pablo. Cumple ocho añitos. Felicidades, mi vida. Parece que fue ayer cuando lo llevaba por la calle Real bien cogido enseñándolo con paciencia a andar y cargando el esfuerzo en los castigados riñones.
Por supuesto que ya anda mejor que yo. Pero su cumpleaños me ha dado pie a escribir cuatro cosas sobre el presente. Hoy los cristianos celebran la resurrección de Cristo y lo hacen con una alegría que espanta, por lo menos a muchos de los locos que contemplamos el panorama. Nos vamos haciendo viejos casi sin darnos cuenta. El tiempo nos empuja suavemente y nos pide paso para que otros puedan disfrutar de ese espectáculo cortito y único que es la vida. Los locos vivimos encerrados en este manicomio sin entender muchas de las cosas que pasan en el mundo exterior y que preocupan a nuestros…–iba a decir semejantes. Vemos que se habla de la resurrección de entre los muertos con una naturalidad impresionante y, cuando pones cara de escéptico porque el tema no te cabe en la cabeza, muchos se escandalizan y te miran de reojo como si fueras un bicho raro. Uno, que se pasa la vida viendo cómo irremediablemente se van los amigos, los enemigos, los parientes más cercanos y más lejanos, los pensionistas y hasta los mediopensionistas, tiene sus profundas dudas sobre el particular. Y la gente dice que nada, que existe la resurrección. Hartitos ya de coger el camino hacia el tanatorio, de dar pésames y de sorprendernos por la increíble muerte de fulano o de mengano, según van pasando los días, comprendemos cada vez menos. Nadie vuelve. Nadie viene de ultratumba a decirnos cómo nos va y sobre todo cómo les va a ellos. ¿O no es así? ¿Estaré yo en un error total? El profundo silencio que guardan los muertos es feroz. Pasan absolutamente de todo lo que nos preocupa a los que todavía quedamos en este valle de lágrimas tan complicado. Ni siquiera la crisis va con ellos y lo mismo les da que gane la derecha o que ganen los que dicen que son de izquierdas.
Paso cada día por mi antiguo barrio y, cuando miro detenidamente sus esquinas, sus portones y sus colores, de golpe se me vienen al pensamiento muchas cosas. Parece como si nada de lo que ocupó, enamoró y entretuvo mi infancia hubiera existido. ¿No les pasa a ustedes igual que a mí? ¿Será que yo estoy loco y los demás no? Es como si un temporal exterminador hubiera pasado y se lo hubiera llevado todo por delante sin dejar huella alguna que alivie mi dolor. Tampoco vayan a creer que vivo amargado porque piense que la vida es un ciclo en el que unos vienen y otros se van. Ni mucho menos. La vida es así, no la he inventado yo. Por lo menos eso es lo que nos dicen nuestros cinco sentidos. Y este es el punto donde se crea un círculo vicioso. Si piensas así, es que no tienes fe, porque la fe es creer en lo que no se ve. ¿No podría alguien pensar así y tener fe? Por tanto estás atrapado por todos sitios. Y a nosotros los locos, si ya nos cuesta trabajo creer en lo que vemos, ¿cómo vamos a tirar de nuestras células grises para alcanzar lo que ni siquiera vemos? No sé si existirá la resurrección de los muertos, pero desde luego lo que no existe es la resurrección de los vivos, porque aquí todo el mundo sigue igual, creyendo que esto va a ser eterno. En definitiva, que me quedo con aquello que decía Antonio Machado: “La muerte es algo que no debemos temer, porque, mientras somos, la muerte no es y, cuando la muerte es, nosotros ya no somos”. Y también con lo que pensaba Abraham Lincoln: “Al final lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años”. Felicidades, Pablito, y ojalá yo me equivoque y te pueda seguir viendo después de resucitar cuando termine mi breve estancia en este barrio.
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