A veces tengo la sesanción de que la crisis económica nos ha encogido el alma, que nos ha atrofiado las emociones, como si además de arrasar los mercados hubiese arramblado con parte de nuestro propio patrimonio inmaterial interior, con nuestras ganas de vivir, disfrutar y celebrar aquello que se tercie y nos importe. Hemos hecho del reparo un nuevo hábito de conducta, víctimas de ese complejo de culpabilidad que los propios causantes del desastre han infundido en la moral de los ciudadanos de a pie desde el estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera.
En Jerez, donde ya no celebramos ni que el equipo se mantiene en Segunda -este año ha sido peor que la larga espera de un parto, insufrible y eterna, como una película de Abbas Kiarostami-, mantengo presente, como un signo evidente de los tiempos, lo ocurrido en la noche del 22 de mayo de 2011. El Partido Popular había obtenido la mayor y más aplastante victoria electoral de toda su historia en la ciudad; y sin embargo, cuando sonaron las doce campanadas, todos estaban en casa y metidos en la cama -supongo que aún enaltecidos por los resultados, incapaces de conciliar el sueño, mas obedientes ante el impulso pecaminoso de atreverse a celebrar por las calles, banderas al viento y con la ayuda del claxon, lo que merecía haberse festejado de esa manera-.
Ha pasado un año desde entonces y toca hacer balance, desentrañar cuanto ha venido aconteciendo bajo la responsabilidad de los nuevos gestores jerezanos, comparar el ahora con el ayer, hacer crítica, exigir la autocrítica y exiliar las vendas -las de los ojos, no las de las heridas-, para alcanzar alguna conclusión fehaciente. La mía propia, doce meses después, ahora mismo -y ahora sí-, es que no hay motivos para la celebración, salvo la del futuro que nos aguarda. El número de parados, de órdenes de desahucios, de familias en el umbral de la pobreza, de locales desnudos sin más abrigo que el de un cartel de “se alquila” o “ se vende”, de empresas clausuradas, de amenazas de cierre, de proyectos aparcados, de deudas contabilizadas... posponen en este momento cualquier tipo de conmemoración al abrigo de la más optimista de las valoraciones de cuanto se haya podido hacer a lo largo de este último año.
Por eso mismo, del balance ofrecido este sábado por la alcaldesa de Jerez me quedo, no con lo hecho -constatable con sus aciertos y errores en nuestra hemeroteca diaria-, sino con lo que pretende hacer a partir de ahora. Por eso sí brindo, sin complejos ni reparos, consciente de que muchas de las aspiraciones de Jerez y los jerezanos pasan por el cumplimiento de sus objetivos y de sus expectativas.
Por supuesto, no resisto al temor de que todo o parte se venga abajo, de que los ingresos no se correspondan con las previsiones, de que los planes de pago sufran alteraciones, de que el empeño y la voluntad de los delegados y la alcaldesa se den de bruces con los muros de la realidad -incluso de los levantados por su propio partido-, de que no se sopesen otras alternativas posibles o haya que tirar de nuevos planes de ajuste; pero entiendo que todo forma parte de una misma ecuación en la que no va a faltar la buena voluntad, pero tampoco el perturbador soplido del caos a la hora de desestabilizar las piezas que aspiran a alcanzar el equilibrio sobre los débiles cimientos del progreso de nuevo cuño.
Por otro lado, no hay que olvidar que el “hacer más con menos” desde el que María José García Pelayo ha alentado su gestión de gobierno, no es solo una consigna inspiradora para los responsables del Gobierno municipal, sino que es la consigna que ha invadido los despachos de nuestras empresas, la que impulsa a diario el trabajo de los profesionales en activo, más como oportunidad que como excusa, pero irrenunciable hasta el momento, y tampoco debe serlo para ellos; entre otras cosas, porque no les va a quedar más remedio. Entenderlo como un grillete o como una liberación depende en parte de cada uno de nosotros. Es más, puede que la crisis termine por hacer de cada uno de nosotros unos pragmáticos empedernidos. Me da igual, a cambio de que no nos quite las ganas de celebrar todo aquello que merezca la pena.