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Lo que queda del día

El destino es un penalti que nunca se provoca

Ramos falló un penalti que, a la postre, ha cambiado las ilusiones de todo un país, y Jerez apostó por una locomotora en la que ahora sobran más de 400 pasajeros porque amplió sus vagones uno tras otro a fondo perdido

Nos hemos pasado tres días enteros hablando del arrojo y la valentía con la que Sergio Ramos transformó su penalti ante Portugal, de la trascendencia y significado con que definió ante el guardameta, de su personalidad a la hora de afrontar un momento tan decisivo con un brote de genialidad. En el fondo, no hemos hecho más que hablar de la grandeza de este deporte absoluto, capaz de ensalzar el ánimo abatido de toda una nación y de encarnar la voluntad del ser humano, sus sentimientos, sus reacciones, sus debilidades y miedos, su afán de superación, sus oportunidades perdidas y aprovechadas, su duelo permanente ante la incertidumbre que genera cada ocasión, cada decisión, cada pase de la muerte. Nos ponemos frente al televisor, presa de los nervios, fieles a unos colores, apremiados por el afán de satisfacer al corazón frente a tanta angustia, y siempre conscientes de que lo que vemos ahí, sobre un terreno de juego, tampoco dista tanto de nuestras decisiones y aspiraciones diarias, aunque nuestra nómina no dé ni para pagar un día de sueldo de quienes se lucran pegándole patadas a un balón. 

Sin embargo, hay un detalle del famoso penalti de las semifinales al que nadie ha hecho mención, por mucho que haya estado en boca de todos. Cuando Ramos se dirigió a lanzar la pena máxima, todos recordamos lo que le ocurrió en las semifinales de la Champions, cuando mandó aquel balón a las nubes y al estrellato de las redes sociales. La forma con la que ahora acarició el balón con su pie derecho y la parsimonia con la que llegó al fondo de la red, desataron un júbilo contagioso que ha perdurado hasta el arranque de la misma final.

El detalle, la cuestión a la que me refiero, no tiene nada que ver con la sangre fría con la que el central se redimió de aquella otra noche fatídica, sino a que sin aquel fallo España no habría disfrutado de otra noche para la historia; puede que ni siquiera hubiese chutado Ramos, o que el que lo hubiera hecho en su lugar lo hubiese fallado y estuviésemos de vuelta desde el jueves pasado. Y lo mismo, pero a la inversa, cabe decir de Cristiano Ronaldo: si no hubiese lanzado y fallado aquel primer penalti ante el Bayern de Munich, sus planes con Portugal hubieran sido diferentes, aunque en este caso trasciendan otros componentes ególatras que dan por cierto, una vez más, aquel dicho de que “quien pretende forjar su propio destino, va en busca de su propia pérdida”; para que después digan que lo que pasa en  un campo de fútbol no tiene parangón con la vida real.

Si basta que una mariposa bata sus alas en Pekín para que al día siguiente llueva en Nueva York, qué otros matices superiores no pueden poner en juego el transcurso del día a día, las planificaciones más metódicas y hasta las inversiones más seguras.

Ramos falló un penalti y dos meses después más de 18 millones de españoles -telespectadores en su mayoría- se fueron a la cama con su rostro grabado en la antesala del sueño.

Facebook ha unido a millones de personas en todo el mundo y convertido en gurú del pelotazo a Mark Zuckerberg, pero otros muchos miles también se fueron un día a la cama con su rostro de secundario alelado de American Pie entre ceja y ceja viendo cómo la compra de acciones en bolsa se convertía en una decisión ruinosa.

El Ayuntamiento de Jerez se convirtió durante un par de décadas en fuente de empleo para cientos de jerezanos que no anhelaban otra cosa que poder conseguir un puesto fijo en la gran locomotora de la ciudad, más pluses y productividades incluidas. La mayoría de ellos -los que lo consiguieron- se encuentra ahora en un sinvivir: no hay dinero ni ¡más madera! para que la máquina reanude la marcha; es más, sobran más de 400 pasajeros.

Los sindicatos y la oposición culpan a los que han tenido que tomar la decisión, y quedará por ver si había alternativas válidas, pero ni fueron ellos los que batieron las alas ni los que fallaron un penalti, solo los que se han atrevido a hacer frente a una situación insostenible bajo la fría objetividad de unas cifras. Tal vez si dejan de remover tanto el pasado se entenderá mucho mejor, por aquello que suele pasar en el fútbol, y en la vida, lo de forjar un destino que lleva a la propia pérdida.

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