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El Loco de la salina

¿Quién nos está pegando?

¿Les suena el cuento? Una historia parecida pasa entre la Junta de Andalucía y el Gobierno Central. Una le echa las culpas al otro, el otro señala a la otra como culpable de mis males.

Ayer en el pasillo del manicomio se me acercó un colega de esos que siempre están mirando al techo y, sin decir cuándo, cómo ni por qué, me arreó un tortazo de los que hacen época y me hizo ver de golpe las constelaciones completas sin necesidad de abrir los ojos. Me quedé flipando en colores, porque ese majareta no es que fuera uña y carne conmigo, pero se comportaba más o menos bien y no venía a cuento su sorprendente arranque. Yo, que soy bastante pacífico y me altero muy pocas veces porque he renunciado hace tiempo a comprender lo que ocurre en este manicomio, me contuve y no pasé al contraataque, entre otras cosas porque mi atacante era un armario empotrado si lo comparamos con un servidor que no llega a simple bastidor.


Cuando me repuse y con el tímpano todavía silbando, le pregunté extrañado que por qué. Inmediatamente se volvió y me señaló con todos los dedos de su mano caliente a otro loco que tenía detrás y que era todavía más grande que él. Ése es el que me ha mandado pegarte -me dijo. Avancé unos pasos, me dirigí al otro y todavía dolorido por la bofetada que me habían dado a sangre fría, le pregunté lo mismo. ¿No ves que el que te ha pegado ha sido éste y que yo no he hecho nada? –me contestó poniendo voz de circunstancias y de poderío y colocando en la picota al primero. Me volví de nuevo a la mano ejecutora y le pedí nuevas explicaciones. Entonces mi verdugo me expuso que él era un simple mandado, que él no quería pegarme, que él era un bendito del cielo, que él no era capaz de matar una mosca, que él hubiera dado la vida por no tenerme que pegar, que él sentía la torta mucho más que yo, que él… Le tuve que rogar que cortara, porque era una impresionante máquina de fabricar disculpas y pesares. Entonces ¿a qué viene este tortazo, si yo acabo de llegar y soy inocente? - le volví a repetir. Me contestó que la culpa la tenía el otro, el que le había dado la orden de sacudir, que el causante de todos mis males era el más grandullón, que, si él no me hubiera arreado la torta a mí, ya el grande le habría volado el careto a él, que lo comprendiera. Me fui otra vez al cerebro y, antes de que yo pronunciara palabra,  me puso su pedazo de mano en el pecho y me dijo en resumen que eso es lo que había y que evidentemente el culpable era el que me había calentado la cara directamente con su manita.


Miré cómo el uno y el otro proseguían su camino por el pasillo y me pareció que se iban tan tranquilos y tan campantes como si el tema no hubiera ido con ellos, cosa bastante cierta, porque estoy por jurar que no les dolía la cara como me dolía a mí. Total, que me quedé con la torta para los restos y aún no he llegado a saber por qué me la han pegado.


¿Les suena el cuento? Una historia parecida pasa entre la Junta de Andalucía y el Gobierno Central. Una le echa las culpas al otro, el otro señala a la otra como culpable de mis males; una dice que el país va de mal en peor, el otro no deja de repetir que todo es por culpa de la herencia recibida; una asegura que, si ella mandara, esto no pasaría; el otro asegura que la rosa está marchita y que la gaviota es la que está ahora de moda.

Y mientras tanto mi cara en medio de los dos armarios más caliente que nunca al alcance de sus cuatro manos sabiendo que no van a dudar en sacudirla a las primeras de cambio, si la cosa se pone chunga, que por cierto ya lo está.

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