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El Loco de la salina

Las causas de este desastre

Estamos entrampados de por vida y, si nos tiran el flotador, no nos equivoquemos, es para que no nos ahoguemos del todo y sigamos pagando.

Hay que ver que nuestros cuerpos serranos no se llevan ni una alegría desde que comenzaron a escuchar embobados los bandazos del IBEX, los interminables anuncios de un rescate que nunca iba a llegar, la angustia de las primas de riesgo y los nunca bien ponderados partos de la madre que los parió. Todos nos graduamos de golpe en economía y lo que hasta ahora nadie había olido ni por asomo se fue transformando en ya lo dije yo y en esto se veía venir. Sin embargo, cuando nos regalaron aquellos amargos 400 euros, nadie habló de no cobrarlo. Ahora la cosa se ha puesto en un plan que por lo visto a España se le augura un futuro más negro del que nos habían pintado con pinceles rosa y brotes verdes. Comentan en Alemania que debemos hasta de callarnos. Y los alemanes no quieren que nos estrellemos, porque saben que, si nos hundimos, ellos no cobran la enorme cantidad de dinero que les debemos. Es decir, estamos entrampados de por vida y, si nos tiran el flotador, no nos equivoquemos, es para que no nos ahoguemos del todo y sigamos pagando. En todo caso, no hace falta ser un experto para descubrir las verdaderas causas del desastre. En el manicomio nos hemos reunido unos cuantos locos y las hemos enumerado según nuestro insensato parecer dándoles la solución que creemos más sensata dentro de lo que cabe sabiendo que cabe poco. Las causas son:


1.- La inmensa alegría con la que unos pocos poderosos disponen del dinero de todos los demás, que tienen tan poco poder que no pueden llegar ni a fin de mes, a sabiendas de que aquí a los despilfarradores no solamente no les pasa nada, sino que les queda una pensión vitalicia para los restos, aunque el barco se vaya a pique. Ya lo decía Calderón de la Mierda: España es una Barca. La solución es de libro: el que despilfarra, paga. Debo añadir que nosotros hemos visto muchas películas de indios y nos coge sin vacunar.  


2.- La cantidad de chorizos que están robando sin que los jueces den abasto para fabricar sentencias. Los chorizos abarcan un extenso abanico que va desde el electricista que mangó el códice en Santiago, pasando por Julián Muñoz y lo que cuelga, y terminando, aunque no acabaríamos nunca, con Urdangarín, que, si por él fuera, con el de Santiago cierra España. Y todos estos prendas tienen un factor común: no nos conformamos con poquita cosa y seguimos el lema del Peña, famoso cuartetero del Carnaval de Cádiz: Vamos a llevarnos bien, todo lo que haya que llevarse. La solución es evidente: hasta que los chorizos no devuelvan hasta el último billete del montante total de lo que han robado no salen del talego. Ni fianzas, ni otras polladas.


3.- El innumerable número de políticos que nos dirigen. Me refiero al abismo. Son multitud; son gente con espaldas hechas a las puñaladas traperas de sus propios compañeros; son en una gran mayoría, con sus excepciones, un personal con una preparación muy cortita y ven que por fin han encontrado el filón de su vida para vivir indefinidamente del tema, por lo que ya es prácticamente imposible que quieran volver a un estado normal de cosas. Todos tienen claro que no se van ni por equivocación. Solución: un buen recorte del 90%, pero no como el de los concejales que lo ponen astutamente a tres años vista, sino como el de los funcionarios que son de ayer para hoy.


4.- El desconcierto que provoca en los ciudadanos todo aquel que dice que es de izquierdas por el simple hecho de llevar el carné en la boca o por levantar el puño o por pedir una revolución siempre acorde con sus intereses. Solución: Aplicar el detector de mentiras a todo el que presuma de izquierdas, aunque nada más colocarle los cables en la cabeza salgan ardiendo de tantas contradicciones como va a tener que soportar.
Pues bien, todas estas medidas razonables que hemos expuesto aquí son una pamplina si las comparamos con las que habría que tomar para que el cañaílla corriente pueda aparcar en Camposoto un  domingo de verano cualquiera. Les dejo, que me está doliendo la cabeza.

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