Pascasio Voltereta había sido de todo en la vida, desde cámara de Televisión hasta sacristán en una aldea gallega, y hoy desde su retiro asomado a la bella Bahía de Algeciras, en su madurez, sin cortapisas ni censuras, no se quería privar de decir todo aquello que pensaba. Nadie había sido capaz de intimidarle, acorralarle ni hacerle callar y desde su dilatada y rica experiencia se sentía con autoridad moral para dejar planchado al más pinturero.
Casi siempre había sido generoso con los demás y muy receptivo al acercamiento de posturas y a los acuerdos, teniendo la paciencia de atender con serenidad las necesidades y los intereses de aquellos a quienes debía poner en consonancia.
En su forma de actuar, la prudencia era su mejor aliada, y sin exageraciones ni desmesuras no incurría en la tentación de atribuir sus despistes y errores a los demás o a la mala suerte. Tantos andares y tantos caminos, le habían hecho realizar muchos cambios en su vida.
A pesar de sus años (había cumplido ya los sesenta), no había logrado entender cómo, entre amaños y apaños, algunos se esforzaban en aparentar aquello que no eran e incluso se vanagloriaban de su apoliticismo y su ausencia de ideales, lo que les hacía particularmente peligrosos.
Sus idas y venidas le habían hecho dar más de mil volteretas en su vida, aunque cada día que emprendía era como si volviera a empezar, o como si asomara por primera vez a un escaparate recién montado, y era capaz de encontrar respuestas a muchas preguntas y solución a problemas que parecían no tenerla.
Lo que sí había aprendido nuestro protagonista Pascasio es a rebelarse ante la injusticia de buscar un chivo expiatorio para cada situación, sin apuntar a los verdaderos responsables y sabía mantener la distancia con aquellos que sólo intentaban hacer daño.
La convivencia y el respeto a las normas le habían exigido pequeñas concesiones y algunas maniobras para combinar sus deseos e intereses con los de los demás. A pesar de todos los impedimentos que había encontrado en su caminar, había sabido pasar página y encarar el futuro con optimismo.
Por fin, tras luchas e incomprensiones, tenía un objetivo. Las situaciones limites le habían hecho más fuerte, pero en el momento actual y después de tantos y tantos años dedicado a la política, se daba cuenta de que no entendía casi nada, y nunca había sido torpe y además creía haber aprovechado su dilatada experiencia.
Pero ahora, en los inicios de este 2013, se encontraba en una encrucijada, en una situación personal que iba más allá de resolver una duda o despejar una incógnita, se había dado cuenta de que los valores por los que había batallado desde sus tiempos de estudiante hoy estaban en desuso y eso le producía una enorme desazón y le colocaban en desventaja.
Mirando a uno y otro lado, se sentía rodeado de posibilistas y mercenarios, de arribistas y aprovechados, y en ese recorrido entre enigmas y secretos viendo que es lo que más le convenía, no acababa de encontrar su sitio, tal vez porque casi siempre creía que su trabajo era más intentar mejorar la realidad social que resolver sus propios problemas. Estaba perdido e inquietamente descolocado, entre tanto mediocre y ventajista, sin un gramo de compromiso ni generosidad.