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Lo que queda del día

¿Quién es el valiente que da el paso?

Quiero encontrar motivos para pensar que, ahora sí, nuestro Congreso, nuestra clase política, va a lograr de una vez que dejemos de avergonzarnos de nosotros mismos, pero aquí hay miedo a que se haga justicia

Alvin Straight tenía entonces 73 años y ya flirteaba con la muerte. Su hermano, con el que no se hablaba desde hacía años, se encontraba peor que él, y decidió ir a visitarlo por su cuenta y riesgo en busca de una paz previa a la de la tumba. Lo de “por su cuenta y riesgo” fue literal; más aún, un desafío personal del que muy pocos apostaron que pudiera regresar con vida, como si fuese el caballero dispuesto a rescatar a una doncella de la cueva de un dragón. En su pueblecito de Iowa nadie daba crédito a su aventura: recorrer a bordo de su cortacésped, el único medio de transporte del que disponía, las 260 millas que le separaban de la casa de su hermano, a un ritmo de dos o tres millas por hora. Tardó varias semanas en lograrlo, y otras tantas en regresar a casa, donde todavía tuvo dos años más de vida para relatar su hazaña y hasta para que David Lynch le dedicara una hermosa película, The Straight Story, en la que su alter ego reconoce a un sacerdote qué es lo que ha aprendido de la vida -“a separar el grano del trigo”- y qué es lo peor de la vejez -“recordar los días en que fuiste joven”-. Tal vez, amar a otra persona, pequeñas satisfacciones, como tener un hijo, pero poco más. En su aventura y en sus reflexiones se encuentra lo esencial de la vida, como en la magdalena de Proust. 

Sin embargo, la extraordinaria historia de Straight, incluso como relato de ficción, no tiene nada que hacer frente a esas otras historias que nos asaltan a diario sobre tipos empeñados, no en morir en paz, cuando llegue la ocasión, sino en vivir mejor, por la vía rápida, desviando fondos, acumulando intereses en cuentas suizas, aprovechando la coartada de amnistías fiscales, incluso al amparo de familias reales y honorables, instalados en el engaño y en la corrupción, y desoyendo lo que decía uno de los mafiosos de The wire: “Si alguien me hubiera enseñado que también se puede ganar un millón de dólares de manera honrada, hubiera preferido esa opción”.

Puede que todo ello unido dé para un gran relato de ficción, aunque, de momento, no precisa de un narrador concreto, basta con ser testigo de los acontecimientos. De hecho, como escribía este viernes Enric González, uno de los principales problemas de España en estos momentos es que “nos hemos quedado sin narrador y sin relato. No hay una narración que nos permita identificarnos con una causa común, sino fogonazos diarios de porquería”.

En resumen, una semana más seguimos sin ejemplos reconciliadores -hasta Messi llama ya a Karanka “muñeco de Mourinho”-, por lo menos en prime time, que es el espejo al que se asoma a diario esta sociedad de adoradores e idólatras del esperpento y apóstatas de las buenas maneras y costumbres.

Quiero encontrar motivos para pensar que, ahora sí, nuestro Congreso, nuestra clase política, va a lograr de una vez que dejemos de avergonzarnos de nosotros mismos, de los titulares que nos ha dedicado esta semana la prensa extranjera, no ya porque haya personas rebuscando comida entre los restos de la basura o Europa insista en rescatarnos, sino porque aparecen papeles sospechosos que apuntan directamente contra personas que se encuentran al frente del país, del mismo modo que, un poco antes, nos abochornaron cuestiones como las de los fondos de reptiles y la impudicia con que se han repartido indecentes cantidades de dinero procedente de la caja de caudales pública, que a fin de cuentas es como si te entran en casa o te hackean la tarjeta de crédito a tus espaldas en beneficio de otros que tú ni siquiera conoces. Normal que cuando fiscales y jueces empiezan a apuntar con el dedo imputador más de uno se alivie ciscándose en las castas de tanto osado sin remordimientos.

Y reitero que quiero encontrar motivos para pensar que ahora sí, pero lo que veo me dice que no, que aquí hay miedo a que se haga justicia, a que determinados jueces y juezas reciban el alta médica, a que alguien, al abrigo, antes o incluso ahora, de unas siglas políticas, pueda terminar en la cárcel por vulnerar la ley, en vez de auspiciar que pueda lograr un acuerdo con la fiscalía.

Aquí hacen falta valientes que den ejemplo, que hagan sacrificios como nosotros hacemos los nuestros a diario, que tengan claro de qué va esto que llaman vida y qué es lo que, al final, se llevarán consigo al camposanto, porque, además, le están poniendo las cosas muy cuesta arriba a los que desde el despacho de un ayuntamiento intentan hacer lo mejor posible para su ciudad, y son los que, sin pretenderlo, se llevan las collejas, puede que sin merecérselo, porque en este caso tampoco vale generalizar.

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