Hace un par de semanas subrayaba desde esta misma página el mal ejemplo que cierta clase política y económica -no hay que generalizar- está dando a los niños españoles que se plantean desde su tierna infancia qué es lo que les gustaría ser de mayores. Lo hice bajo la advertencia de que pudieran obviar el adjetivo -“mal”- y quedarse simplemente con el “ejemplo”, porque donde nosotros vemos a mangantes, trincones y aprovechados, ellos ven lujo y seducción, sobre todo los que empiezan a dejar de ser tan niños. El Gobierno parece que está dispuesto a tomar medidas al respecto, pero no contra los trincones, sino contra los niños. El mal, al parecer, procede de sus virginales conciencias, de cierta insuficiencia educativa, y pudiera tener más rápido remedio para con el problema que el alcanzado por una investigación interna o una auditoría externa.
Ya no será necesario que cada palo aguante su vela, ni que sus militantes inventen dobles identidades para escribir artículos sobre el cine nigeriano, ni que los partidos tengan que padecer el bochorno de dar la cara ante la opinión pública, como si se tratase del marido al que su mujer le ha descubierto en el móvil los mensajes cariñosos que le manda la amante con archivos adjuntos. No. A partir de ahora, el que no cumpla es porque no ha hecho los deberes en clase, porque ha suspendido esa asignatura en ciernes que han propuesto incluir en la ESO sobre “prevención del fraude” y que convierte a todos los niños españoles en defraudadores en potencia, que eso es lo que son. Lo lamento por Serrat, que va a tener que cambiarle la letra a la canción: “Niño, deja ya de joder con lo que evades, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se cobra”.
En España tenemos un problema con la Educación, sí; con la que se imparte en los colegios y la que se echa en falta en los hogares; con los valores que se transmiten a nuestros escolares y a nuestros hijos, no poque sobren algunos de los que se inculcan, sino porque faltan muchos otros; pero, por supuesto, no se va a solucionar con la introducción de una asignatura para educar a los alumnos en fiscalidad, bajo el objetivo de prevenir el fraude fiscal y que cumplan con Hacienda cuando sean adultos.
La “ocurrencia”, como la catalagoba el mismo medio que divulgaba la información, tampoco ayudará a calmar conciencias, si es que ahí se encuentra el origen, ni a poner remedio a una cuestión de la que, por cierto, sí parecen ser conscientes otros muchos millones de personas que, sin haber pasado por ese tipo de temarios didácticos, cumplen religiosamente con sus trabajos, sus negocios y sus impuestos; entre otros aspectos, porque el problema no está en los colegios, está en los partidos, y no está en los niños, está en los adultos, y negarlo vendría a ser como reconocer la existencia de los casos de corrupción acentuados durante los últimos meses y que todos se apuntan a desmentir y censurar pese a las evidencias.
A las promesas incumplidas de cualquier partido en el Gobierno, hay que sumar ahora esta preocupante falta de credibilidad en las siglas -también en las instituciones y en muchos organizaciones-, sustentada en los casos que las salpican y en la banal debilidad de las reacciones que provocan. Y es cierto, al mismo tiempo, lo que dijo el presidente Mariano Rajoy este viernes: “No hay nada más injusto que la generalización, el no distinguir”, pero tampoco conviene olvidar que a esa “generalización” contribuyen, en este caso, los propios partidos en su bloqueo constante a la hora de reconocer determinadas realidades, porque en cualquier organización podemos tener a los mejores amigos -de hecho, se les da cabida por eso mismo-, que sean asimismo los más entregados, pero ello no implica que sean los mejores, ni impecables, ni rigurosos en su labor, más allá del abrazo preciso y el apoyo inquebrantable. Y es ahí donde se fractura la voluntad a la hora de buscar soluciones.
Yo también lo lamento por los muchos políticos que conozco y que dedican el día entero a trabajar por su ciudad y por sus conciudadanos, de manera noble y entregada, ya sea gobernando o en la oposición, pero al menos debemos llegar al entendimiento de que hay que establecer de forma urgente medidas que dejen de avergonzarnos públicamente, y no me refiero a incluir en el temario del colegio la prevención del fraude.