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El Papa que vino del fin del mundo

“Se sabe que los santos se servían del humor para ridiculizar a los enemigos de la fe”, se decía en ‘El nombre de la rosa’. El nuevo Papa ha demostrado que tiene sentido del humor. No es que sea un santo, pero transmite esperanza

En el capítulo de El nombre de la rosa dedicado a la primera visita de Guillermo de Baskerville a la biblioteca de la abadía, se sucede un interesante diálogo con el hermano Jorge acerca de la presencia de la risa y el humor en la vida religiosa, que posteriormente Jean Jacques Annaud se encargó de subrayar en la adaptación cinematográfica.

En dicha secuencia, el perspicaz franciscano reivindica que “la risa es un atributo humano. Si hasta se sabe que los santos se servían del humor para ridiculizar a los enemigos de la fe. Por ejemplo, cuando los paganos sumergieron a San Mauro en agua hirviendo, él se quejó de que su baño estaba frío. El sultán metió la mano para comprobarlo y se la escaldó”. Guillermo de Baskerville defiende en ese momento el humor “como instrumento de la verdad”, mientras que en la obra de Umberto Eco resalta: “A veces, para minar la falsa autoridad de una proposición absurda, que repugna a la razón, también la risa puede ser un instrumento idóneo. A menudo la risa sirve para confundir a los malvados y para poner en evidencia su necedad” -tal vez por eso mismo no paramos de reírnos con la ocurrencia de Maduro, no porque sea malvado, pero sí por su Chávez que estás en los cielos-.

El recuerdo al pasaje de la novela y la película me asaltó de inmediato una vez escuchadas las primeras palabras del nuevo Papa ante la multitud congregada en la plaza del San Pedro. “Mis hermanos cardenales han ido a buscar al nuevo obispo de Roma casi al fin del mundo”, había dicho. Hasta Ratzinger sonrió al mundo el día en que asomó por primera vez hasta el mismo balcón, pero nunca hasta ahora había conocido de primera mano tan elogiable sentido del humor en un sumo pontífice, con una frase, además, que encerraba esa necesidad de poner en evidencia a quien con tanto afán elucubró en busca de medallas a la hora de anticipar el nombre del elegido y a quien vilipendió sobre un cónclave que ha dejado descolocado a los que se afanan en despotricar de la iglesia para así agradar a los oídos más escépticos.

Lo de Umberto Eco, por otro lado, tampoco es casual; es más, se convierte en una invitación a rescatar una curiosa correspondencia epistolar publicada a lo largo de todo un año, entre 1995 y 1996, en la revista Liberal y en la que el intelectual italiano mantenía un diálogo abierto con Carlo María Martini, cardenal de Milán y jesuita -como Jorge Mario Bergoglio-, considerado uno de los valores intelectuales más sólidos de la Iglesia Católica, tildado de “progresista” y postulado en su día como candidato en la sucesión de Juan Pablo II. La misma alusión -quién sabe si con doble sentido- al “fin del mundo”, toma forma en esos diálogos, desde el momento en que Eco considera que el concepto mismo ha sido usurpado hoy en día por el mundo laico al religioso, mientras que el cardenal lo identifica con un sinónimo de “esperanza”.

En este sentido, durante los últimos días se viene hablando mucho de los retos a los que va a enfrentarse el Papa Francisco; entre ellos, el de permitir el acceso a las mujeres al sacerdocio y, de hecho, lo es, junto con otros muy relevantes y en la mente de todos, empezando por Bergoglio, pero como también apunta Martini: “La Iglesia no satisface expectativas, celebra misterios”, que es el muro contra el que terminan empotrándose las perspectivas del mundo contemporáneo, consagrado antes al consumismo y al conformismo como auténtica forma de vida. 

Hay, no obstante, toda una sucesión de gestos -muchos de ellos no verbales- que anticipan cierto giro empático del nuevo Papa hacia el mundo en toda su diversidad, creyentes y no creyentes, pero sobre todo quiero creer que lo hace bajo el expreso deseo de evitar confusiones, de que no es una estrella de cine, sino guía de la Iglesia, huyendo de aquella famosa leyenda de Juan Pablo II en la que, tras un acto multitudinario, el papa preguntó a su secretario qué le había parecido la celebración religiosa y éste le contestó: “Su Santidad, creo que adoran al cantante pero no tanto la canción”.

Su convocada oración de “el uno para el otro”, junto con su excelente sentido del humor, no permiten juzgarle aún como papa, pero sí alientan cierta esperanza -qué menos de alguien recién llegado del fin del mundo-.

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