Ayer vi en televisión al jerezano Martín de la Herrán protagonizando un acto de campaña en Málaga junto a Toni Cantó. A De la Herrán nunca le ha faltado entusiasmo a lo largo de su trayectoria en UPyD. Lo demostró cuando salió elegido en primarias como candidato a la presidencia de la Junta hace tres años -se recorrió todas las provincias andaluzas en dos días para grabar un vídeo promocional-, y cuando protagonizó su primera campaña como referente andaluz del partido magenta. Como en Jerez, se quedó cerca del objetivo, pero con la esperanza de mejorar la recogida de la siembra electoral en años venideros.
Durante este tiempo se ha esforzado por acaparar un espacio político en el que se reivindicaba como la alternativa a los partidos tradicionales, para lo que puso en marcha una recogida de firmas con la que plantear en el Parlamento andaluz una iniciativa legislativa popular para solicitar la reforma de la Ley Electoral de Andalucía. Sumó más de 40.000 apoyos y se convirtió en el primer ciudadano en estrenar el denominado escaño 110.
Aquél iba a ser un día grande para UPyD; hasta Rosa Díez acompañó a De la Herrán para respaldar el éxito de su iniciativa. Sin embargo, la sesión sólo se recuerda porque hasta tres integrantes del colectivo denominado Flo 6x8 interrumpieron el debate al ponerse en pie para dedicarle fandangos reivindicativos al gobierno andaluz. Para entonces, apenas un mes antes, ya se habían celebrado las elecciones europeas y UPyD había dejado de ser la gran alternativa, superada por la izquierda, como si fuera a traición, por Podemos.
Pero insisto, nunca le ha faltado el entusiasmo. Y este viernes, y ayer en Sevilla, estaba repartiendo entre los ciudadanos bayetas de color magenta para limpiar las instituciones, que es una de esas ideas a las que les pasa como a algunas películas cómicas, que en realidad parecen más originales cuando las cuentas que cuando las ves -hasta Toni Cantó se sentía un poco ridículo en el papel-, pero, al menos, ha conseguido llamar la atención.
También ha editado un vídeo con los rostros de todos los candidatos que toma prestada una idea de Balada triste de trompeta: van saliendo los rostros de cada candidato acompañados de una promesa, y cuando añade el logo del partido suenan risas enlatadas. Así, hasta que aparece el suyo propio, acompañado de su compromiso de acabar con la corrupción, tras el que suena un fuerte aplauso, igualmente enlatado. También llama la atención -como la llamaban los cabezudos que puso a desfilar Pedro Pacheco con su efigie en la campaña de las andaluzas de 2004-, pero tanto usted como yo sabemos que tiene poco que hacer en este escenario fragmentado en el que las fuerzas emergentes -UPyD ya no lo es- han demostrado mejores avales emocionales; perdonen que reincida en la idea de hace una semana, pero no caben otras explicaciones.
El mensaje de UPyD contra la corrupción es común a todos nosotros, cierto, pero no el único -Antonio Burgos recordaba hace unos días que pese a los escándalos ligados a gobiernos andaluces (el caso de los ERE y el de la formación son los más recientes), todo apunta a que la voluntad del pueblo pasa por repetir experiencia-.
Y Podemos, y ahora Ciudadanos, son los que han sabido reconducir ese discurso, el de la corrupción, y todos los demás a partir del efecto llamada de la propia marca, sin siquiera contar con un líder de referencia: ¿me quieren explicar cómo a Juan Marín lo puede conocer uno de cada cuatro andaluces, según las encuestas, dos días después de la presentación de su candidatura por Ciudadanos?. Es imposible, y hasta impensable.
Y en ese (de)batir de emociones en el que nos hemos instalado a una semana del expectante, más que decisivo, 22M, seguimos presa de la misma incertidumbre, la de cómo y entre quiénes van a guiar nuestro destino inminente -porque a nadie creemos-, pese a que el cliente -en este caso el votante- siempre tenga la razón, sobre todo porque nunca sabremos si logrará poner a cada uno en el sitio que se merece.