Cuentan que Doris Day rechazó en principio grabar la canción Qué será, será para la película El hombre que sabía demasiado. Se sentía demasiado intimidada en el plató por Hitchcock, que prefería a Grace Kelly antes que a ella como protagonista; si bien también había reconocido que, en todo caso, Day le gustaba más como actriz que como cantante. Finalmente, presionada por los productores, accedió al estudio e interpretó el tema compuesto por Jay Livingston y Ray Evans. Al acabar hizo constar: “Esta será la última vez que escuchéis esta canción”, con lo que dejó en evidencia sus dotes adivinatorias. De los dos temas de la película fue el que tenía mayor peso en la narración y, además, consiguió el Oscar a la mejor canción antes de popularizarse en todo el mundo.
“Qué será, será, whatever will be, will be” (qué será, será, lo que tenga que ser, será). La célebre melodía surge espontánea e inevitable en las horas previas al fin de la incertidumbre, que no será sino el prólogo a este interminable relato de política ficción en que hemos convertido los procesos electorales que se asoman en el horizonte de este 2015, bajo la seguridad de que se trata de un horizonte alcanzable y no una visión de la que nos alejamos a medida que queremos acercarnos a ella. Es, tal vez, la única verdad del famoso relato, que lo es más por el empeño y el número de sus coautores que por las certezas de su trama, en la medida en que muy pocos llegan a plantear un discurso con cierta coherencia.
Ni siquiera ayer, día de reflexión para los andaluces, dejaron de bombardearnos con nuevas alternativas argumentales de cara, eso sí, a las municipales. Lo hicieron desde Valencia y Zamora, como coartada espacial con la que cubrirse las espaldas, pero envueltos en banderas y mensajes acerca de sus propias bondades, que eran, en el fondo, una muestra más del músculo de un bipartidismo que se niega a besar la lona, a una cuenta atrás -nada de tic-tac- en la que, del 1 al 10, hasta el tiempo te da una segunda oportunidad.
Qué será, será. Lo que tenga que ser, será, y además “estará de Dios”, que me decía Manuel Lozano: ya se sabe que cada uno está en su casa, pero Él está en la de todos; y tal vez por eso mismo, una vez que conozcamos esta noche el resultado de las elecciones, sólo podremos concluir que tantas personas no pueden estar equivocadas al mismo tiempo, que era el argumento con el que la profesora Carmen Herrero nos defendía en la facultad el éxito de algunos programas televisivos de dudosa calidad en la era pre Gran Hermano y con el que nos invitaba a aceptarlos antes que a criticarlos, lo cual no quiere decir que el resultado de este 22M tenga que ser malo, sino sólo un resultado -ir más allá sería entrar también en la política ficción-.
La política, de hecho, ha sustituido nuestro interés por la economía y la prima de riesgo desde el momento en que se ha asomado a las televisiones con el mismo empeño con que los amantes despechados piden sus minutos de gloria para contar las intimidades de personas famosas de desconocido talento pero manifiesta habilidad para que se siga hablando de ellas. De hecho, más que tertulianos de la política, lo que tenemos son tronistas en plan Izquierda y derecha y viceversa, con la diferencia de que no creo que los veamos posando desnudos en Interviú -hay visiones que molestan con sólo enunciarlas-.
La melodía se impacienta: Qué será, será, whatever will be, will be. Pero falta poco. Esta noche perdurará su eco en los salones vacíos de las sedes de campaña, cuando todo haya acabado, que será un volver a empezar, aunque lo disfracen de lugares comunes y nos hagan querer creer los discursos que usted mismo podría estar ya escribiéndole a cada uno de los candidatos, porque sabe a ciencia cierta qué es lo que van a decir, ganen, pierdan o empaten. Lo que ni usted ni yo sabremos es lo que puede ocurrir a partir de mañana. La incertidumbre del qué será, será no es sólo por el resultado, sino porque a estas alturas aún cuesta creer lo que quieren que seamos de mayores, como le ocurre a la niña de la canción.