Cuando un suceso es poco probable, pero con consecuencias de gran magnitud, se le denomina cisne negro. En Europa se pensaba que todos eran blancos hasta que en el siglo XVII exploradores descubrieron cisnes negros en Australia. El término fue popularizado en 2007 para describir eventos altamente improbables e impredecibles, con un impacto significativo.
La probabilidad es tan solo una medida que nos dice cómo de frecuente es algo comparado con el total de posibilidades. Cuando lanzamos una moneda al aire sabemos que hay básicamente dos resultados posibles, cara o cruz. Pero en la vida real no sabemos realmente cuáles son todos los casos posibles. No obstante, nuestra mente reduce la complejidad a lo conocido, a lo más habitual, y suele obviar el resto de posibilidades. Se siente cómoda en situaciones conocidas, en las que puede poner el piloto automático y no tener que pensar en resolver nada nuevo. Incluso cuando se enfrenta a situaciones nuevas trata de aplicar lo que ya sabe, a riesgo de que no sea adecuado, pero sí más cómodo y rápido.
Hemos vivido en el mundo de una normalidad donde suponíamos que nuestro día a día solo podía estar compuesto por cosas frecuentes. Los cisnes negros también entran dentro de este concepto de la normalidad, aunque no se sitúan alrededor de la media, sino en los extremos, con una probabilidad de ocurrencia muy baja, pero posible. De movernos en un entorno de probabilidades nos enfrentamos a otro de posibilidades. Para lo más frecuente tenemos soluciones, programas, procedimientos, normas y reglas. Para lo menos frecuente no tenemos nada pensado, no compensa. Es más fácil perfeccionar lo conocido y habitual que planificar lo poco probable, y menos destinar recursos a cosas que es posible que no lleguen a ocurrir.
No obstante, llevamos unos años en los que lo poco probable ocurre, los eventos que nunca pensamos que sucederían se incorporan a nuestra historia, descosiendo nuestra presunta normalidad, nuestros planes y procedimientos. Cuesta aceptar que no estamos preparados para lo poco probable, y lo peor es que si quienes nos gobiernan no aciertan gestionando lo repetitivo podemos abandonar toda esperanza de que sepan manejar la complejidad de lo excepcional. Cuando se trata de coordinar a dos o más personas hay diferentes formas de hacerlo. La más simple es la comunicación informal, que es la única que también funciona en las situaciones más complejas. Mantener la comunicación, usar la lógica y recuperar el sentido común parecen ser las mejores herramientas en este nuevo escenario.