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Conil

Crónica del apagón en Conil: La luz que volvió a unirnos

En casa, lo primero que pensamos es que es cosa del bloque, un problema local, pasajero. Pero pronto llegan los rumores

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  • Velas. -

Es 28 de abril, 12:33 de la tarde. Se va la luz. En casa, lo primero que pensamos es que es cosa del bloque, un problema local, pasajero. Pero pronto llegan los rumores, los mensajes de voz reenviados una y otra vez, las llamadas sin respuesta. El apagón no es solo nuestro. El apagón es de todos.

Desde la ventana, la escena parece de otra época. Los parkings de los supermercados se llenan a una velocidad que solo puede explicarse por el miedo. La gente sale con garrafas de agua, con bolsas repletas de alimentos no perecederos. Agua y luz: dos cosas tan cotidianas que, al perderlas, nos devuelven de golpe a una realidad vulnerable. No hay internet. No hay cobertura. No podemos avisar, preguntar ni compartir.

En cuestión de minutos, nos hemos quedado incomunicados. Si alguien quiere buscar a un familiar, tiene que ir físicamente hasta su casa. Como antes. La única forma de saber algo es esa radio antigua, olvidada en un cajón, que por suerte aún funciona con pilas. Algunos, sin radio, se suben al coche y sintonizan lo que puedan desde allí. En la era de la inmediatez, volvemos al transistor.

Avanza el día. En el supermercado, el ambiente es de desconcierto. Algunas estanterías están vacías, y los cajeros ya no saben qué decir. Sus miradas lo dicen todo: temen que esto no sea pasajero. En el aire flota esa angustia que conocimos en marzo de 2020, al inicio de la pandemia. Una sensación que creíamos superada, pero que se instala de nuevo en el pecho, silenciosa.

La noche cae y, por fin, algunas zonas comienzan a recuperar la luz. Y el agua. Y un poco de calma. En casa, lo primero que hacemos al ver que vuelve la electricidad es encender la televisión. Queremos respuestas, pero no hay muchas. Nadie sabe todavía qué ha pasado, ni por qué. Solo queda esperar.

Lo que sí sabemos es que, en medio de ese apagón, ocurrió algo extraño: volvimos a hablar. Sin móviles, sin pantallas, sin distracciones. Vecinos en los pasillos, familias reunidas sin excusas. Preguntar si todo está bien. Compartir lo que se tiene. Escuchar. Como antes.

Y quizá eso sea lo único bueno que nos haya dejado esta jornada de incertidumbre. Una anécdota colectiva que, más allá de las consecuencias económicas , que no serán pocas, nos recordó, aunque fuera por un instante, que en la oscuridad seguimos siendo comunidad.

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