En 1916 el ingeniero francés Henry Fayol identificó 14 principios esenciales que deben aplicarse para administrar una organización. Estos principios eran flexibles y debían ser adaptables en su aplicación, de modo que al dirigir se debían aplicar con inteligencia y proporción. Después de la división del trabajo y la autoridad y la responsabilidad situaba la disciplina.
Según Fayol, la disciplina implica obediencia y respeto a los acuerdos, ya sean explícitos o implícitos, derivados de la voluntad de las partes o de normas o costumbres, y es esencial para el buen funcionamiento de cualquier organización. La disciplina es importante para trabajar de forma ordenada y coherente, para continuar cuando la motivación inicial no es suficiente y las cosas se ponen difíciles, para equilibrar el querer y el deber, y conseguir objetivos a largo plazo. En el ámbito militar la disciplina para ejecutar las decisiones determina la fuerza de un ejército, pero Fayol añade que la disciplina es lo que los líderes hacen de ella, de modo que el nivel de disciplina que puede esperarse en cualquier grupo de personas depende de la valía de sus líderes. Esa parte se suele obviar. Los puestos otorgan autoridad, las personas tienen poder. Algunos líderes prefieren imponer, pero no hace falta exigir obediencia cuando se convence, y cuando quien tiene autoridad hace mal uso de ella pierde su legitimidad para ejercerla.
Vivimos tiempos de incertidumbre, de grandes cambios tecnológicos, de situaciones excepcionales que cada vez son más habituales, de decisiones impuestas por comités de expertos que a veces no existen, o son los expertos que avalan lo que interesa. Se nos pide que cumplamos normas de todo tipo y que seamos disciplinados, pero a veces exigen obediencia sin rechistar. Cualquier sombra de debate o de duda se señala con el estigma del negacionismo. Siempre hay todólogos dispuestos a abanderar la causa de turno envueltos en la bandera del bien común. Se justifica hasta lo injustificable de un lado y se critica lo que no encaja con esas verdades absolutas.
El miedo es un poderoso recurso para conseguir la obediencia. Siempre hay algún miedo que se puede explotar, a no conseguir un empleo o perder el que se tiene, a que manden unos u otros, a enfermar, a morir. Cuando más grande sea el miedo más disciplinados somos. Aunque cierto nivel de disciplina es necesario, nunca debe suponer obediencia ciega, ni debe anular el principio irrenunciable de pensar por uno mismo, de tener criterio propio y libertad individual para elegir.