Que la unión hace la fuerza es bien conocido. Cómo hacerlo ya es otra cuestión. La fórmula de la colaboración tiene difícil llegar a cuajar cuando prima el individualismo y los intereses particulares sobre los generales. Es más fácil manipular la realidad, sembrar la desconfianza, enfrentar, dividir y separar, que unir. Aislar a quien piensa diferente, o a veces simplemente a quien piensa, es sencillo, lo desafiante es buscar la forma de integrarlo y aprovechar esa visión distinta para enriquecer al equipo.
Se llaman equipos de dirección o de gobierno a agrupaciones de individuos que deben conciliar su acción en estos equipos con la disciplina que deben por pertenecer a otros grupos. La situación es más compleja aún, ya que individualmente pueden tener objetivos y agendas particulares muy diferentes. Sintonizar a todos sus componentes en la misma frecuencia para que actúen como un equipo, apoyándose y complementándose, es una tarea muy difícil de lograr, y más aún de mantener. Muchos equipos son simples grupos. Hacer grupos es fácil, pero construir equipos es un arte. Hacen falta buenos líderes que sepan lo que hay que hacer, que no se aprovechen de su puesto ni de las personas que tienen a su cargo, sino que intenten potenciar a todos sus miembros, encajando sus diferentes capacidades para generar sinergias. El verdadero líder avanza haciendo avanzar a todos, no a costa de unos o de otros. Intentar conseguir la unión a la fuerza no es viable, ni sostenible en el tiempo. La autoridad tiene límites a lo que puede exigir a los componentes de un grupo. Hace falta poder confiar en quienes tienes al lado, en quienes te mandan y en aquellos a quienes mandas. Sin confianza no hay equipo.
A lo largo de la historia, la opresión y las injusticias han estimulado la colaboración y el espíritu de equipo. Cuando observamos que ni las injusticias que se cometen son ya capaces de estimular la unión es síntoma de que el proceso de adormecimiento se está completando con éxito, que el “divide y vencerás” ha funcionado, y que enfrentarnos a unos contra otros está consiguiendo que no seamos capaces de unirnos para defender lo que es justo y necesario. Muchos de quienes critican la polarización y la radicalización son los que rompen los puentes que pueden unirnos, y los que se benefician de la división. Al final todos perdemos para que algunos ganen. Tener malos líderes no es cuestión de mala suerte, sino de malas decisiones, de conformismo y de apatía.