Pasaron el encendido del alumbrado, la efervescencia de un primer fin de semana que casi se prolongó hasta el martes, las comidas de empresa y el día de las mujeres. “Pasa la vida, y no has notado que has vivido cuando pasa la vida”. Y pasa la Feria, igual que pasa la corriente cuando el río busca el mar, que diría Romero San Juan.
Llegado el jueves -por completar la letra de la sevillana- se camina ya indiferente allá donde el albero te quiera llevar, aunque con la cartera casi vacía. Quién podría pensar no hace demasiado tiempo que este día -que fue víspera de apoteosis- terminara convirtiéndose en una jornada casi de despedida del Real para muchos jerezanos. Lo cantaban hace unas semanas las reservas de almuerzos en las casetas, con niveles de ocupación inferiores a los de los días anteriores. Y casi nos lo canta también la copla...
Pero el ambiente no decae, porque la población flotante de la Feria de Jerez crece año tras año gracias al boca a boca que la ha convertido en lugar de encuentro casi obligado de miles de visitantes. Y ya no hablamos de turistas que vienen de paso o mera curiosidad, sino de gente que marca esta semana en el calendario para pasar sus vacaciones sobre el albero del González Hontoria. A Jerez no se viene estos días para satisfacer la curiosidad antropológica de adentrarse en sus costumbres, fundamentalmente porque quienes desembarcan en el parque ya están más que acostumbrados a esta fiesta y conocen todas sus claves.
Mientras caminaba indiferente allá donde el albero me quisiera llevar se me vino a la mente ese personaje del que hablan los mayores y que tantas fotografías en blanco y negro legó para la historia. Sí, me acordé de Pepe El Escocés, que debió ser de las primeras personas nacidas más allá de Caulina que conocieron -y se bebieron- la Feria del Caballo. ¿Qué le llamaría hoy la atención? ¿Qué echaría en falta? ¿Encontraría algún depósito de esa esencia que dicen perdida?
Creo que lo primero que le causaría sorpresa sería ese deseo casi irreprimible que tiene la generación actual de grabarlo absolutamente todo. Ya no se baila por bailar. Se baila para que se grabe. Ya no se queda con nadie si no hay foto ‘selfie’ de por medio. Que no pase la gloria -pensarán- aunque la misma sevillana reproche que nos ciegue la soberbia y nos recuerde que de esa obra no quedará “ni la memoria”. De hecho hasta los vídeos y las fotos pasarán también a mejor vida precisamente por falta de espacio en la propia memoria del teléfono.
No tengo duda de que el personaje escocés quedaría asombrado por el despliegue de luces nocturno del Real de la Feria -aunque ya sean led- porque cuando se enamoró de esta tierra apenas se colgaban un puñado de bombillas. Le sorprendería pasear sobre albero y no sobre alquitrán y arena, y le llamarían la atención lo grande que es todo esto, la variedad gastronómica que ofrecen las casetas y el esmero que se pone en la elaboración de cualquier cosa.
No entendería los niveles de ruido que se alcanzan en las casetas, ni mucha de la música que se escucha, pero siempre encontraría una pequeña vestida de gitana esbozando sus primeras sevillanas, caballos paseando por el Real, y celebraría que el vino de Jerez continuara siendo la bebida más demandada por todo el mundo, aunque ahora lo mezclen con cualquier cosa y con mucho hielo. La gente sigue levantando sus copas y brindando por las ferias que se fueron y las que tendrán que venir.
En tiempos del escocés los gitanos ya estaban integrados en la sociedad jerezana, pero hasta el punto en el que lo están ahora que se cumplen 600 años de su llegada a la Península... Pepe recordaría a los gitanos cantando y bailando para disfrute de terceros, pero no en el centro de las mesas en las que se deciden 'las cosas del comer' ni enarbolando banderas de ninguna clase.
Sigo camino indiferente allá dónde el albero me quiera llevar, paseando un jueves que en los tiempos de Pepe abría la puerta grande a la Feria y que ahora se asemeja al momento del arrastre del último toro. Ya ha remitido el calor del mediodía, pero los caballos siguen en el Real. Y es que una de las novedades de las ordenanzas municipales es la que permite retrasar una hora la conclusión del paseo ecuestre, que así se acerca un poquito al encendido del alumbrado.
Pasan los años, pasa la Feria, “se va la juventud calladamente, pasan los años”. Pasan la vida y la Feria “con su triste carga de desengaños”. Pasan los gustos, las modas, las músicas, los bailes; pasan los usos y costumbres propios de cada generación.
Se queda la esencia de la niña que luce sus primeros lunares, la del jovencito que se estrena en el paseo de caballos y la del brindis por los que son y por los que fueron.
Pasa la vida, pasan los años, se queda la Feria.