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A(Em)prendiendo

Poder o no poder

También hay otro poder que concede un gran margen de maniobra. Es el poder de las fiestas, y los que mandan lo saben

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La angustia existencial de Hamlet que le llevaba a cuestionarse “ser o no ser”, a elegir entre acabar con sus sufrimientos o enfrentarse a las adversidades de la vida, la podemos reformular en Jaén como “poder o no poder”, o más bien como un permanente “querer y no poder”. Cuando parece que algo puede cambiar, vuelve la decepción. Hay poderes que juegan contra nosotros.

Está el poder del otro lado de la mesa. Algo es posible o imposible dependiendo de qué lado de la mesa se ocupe. Quien manda se suele decantar por la prudencia y el conformismo, mientras quien aspira a mandar se ubica en la utopía del todo es posible si dependiera de ellos. Es tan grande el poder del otro lado de la mesa que transmuta lo posible en imposible, lo inmediato en aplazado y el “lo vamos a hacer ya” en un socorrido “estamos trabajando en ello”. Poco importa prometer una cosa para conseguirlo y luego no hacerla, o dilatarla sine die, buscar excusas, o culpar a otros. Siempre viene bien tener adversarios para responsabilizarles de los fracasos. Decía Goethe que ningún mar en calma hizo experto a un marinero, y algunos son capaces de hundir solitos el barco pensando que es un submarino, como en el chiste de Gila.

Hay otro poder importante, el de la burocracia. No te dicen que no directamente, sino que hay que seguir una serie de procedimientos. Es la excusa perfecta para dilatar lo que no les importa, porque para lo que quieren correr sí se dan prisa. El proceso burocrático se convierte en una suerte de arenas movedizas en las que estar entretenido simulando avanzar. Otro poder clave es el de la escasez presupuestaria. Siempre se le puede invocar para limitar cualquier petición que no interese atender. Es posible que asignen alguna cantidad, pero si necesitamos mejores vías y trenes y solo llega para arreglar la estación, seguimos en las mismas.  

También hay otro poder que concede un gran margen de maniobra. Es el poder de las fiestas, y los que mandan lo saben. Es una especie de anestesia general que hace olvidar temporalmente dolores, carencias y afrentas, y que hace posible compartir cervezas entre fastidiadores y fastidiados. Vale cualquier excusa, ya sea Navidad, carnaval, Semana Santa, romerías, fiestas patronales, fiestas de barrios, cualquier puente e incluso el fin de semana. Nos indignamos de lunes a viernes, pero cuando hay algo que celebrar se hace una tregua. En verano hay anestesia hasta septiembre, y luego otra dosis con la feria.

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