Maktub

Diego Peretti es un histrión, un hombre felizmente a una nariz pegado, un actor superlativo. Pertenece a esa reducidísima saga de cómicos capaces de mejorar una película con su sola presencia en pantalla, pese a su natural tendencia a interpretarse y reinterpretarse siempre a sí mismo -como ocurre también con Antonio Resines- pero capaces de poner en pie los particulares registros de cada personaje que encarnan.

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Diego Peretti es argentino, del River Plate, estudió Psiquiatría aunque no la ejerció, y en 2008 su gesto entre resignado y enfadado ganó a todos los que vieron ‘No sois vos, soy yo’.
Diego Peretti protagoniza ahora ‘Maktub’, la ópera prima de Paco Arango, estrenada el viernes, una cinta que no soporta una lectura intelectual, pero que si el espectador se deja llevar serenamente desde su butaca por ese invento maravilloso que es el cine, se encuentra con un película que emociona, un melodrama bien construido sobre la infeliz Navidad, que persigue no la lágrima fácil, sino la lágrima difícil, que transmite un mensaje de esperanza desde una historia desesperanzada y triste.
Ese logro lo consigue la película, sobre todo, cuando deja caer su peso a plomo sobre los hombros de Diego Peretti, sobre su personaje, un hombre aburrido de la vida y de sí mismo, al que el destino -la fuerza que mueve el mundo según la película- cruza en su camino a un niño con un cáncer terminal -personaje sensacionalmente interpretado por Andoni Hernández-.
Esta historia navideña sobre la muerte y la esperanza, sobre el amor y el desamor, sobre la soledad y la infidelidad, sobre la melancolía de los inmigrantes, exige contemplarla sin prejuicios, dejar que te arrastre, y entonces se convierte en una pequeña joya cinematográfica, en un pequeño regalo del cine, que se ha colado prodigiosamente en la cartelera en medio de las superproducciones norteamericanas propias de estas fechas, lo que constituye casi una misión imposible. Carajo, que diría Peretti.