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Lo que queda del día

Más de lo mismo

Da la sensación de que más de uno se ha llevado una decepción con los datos del desempleo con los que hemos acabado el año. Por desgracia -más desgracia aún- no se ha superado la barrera de los cuatro millones de parados desde cuya altura poder espetarle a Zapatero un desahogado y recurrente “te lo dije”.

Ha estado a punto, al límite, con el cuadrante del 3 empezando a voltearse para dar paso al 4, pero, de momento, habrá que esperar. Hay algunos portales económicos que no han querido quedarse sin la satisfacción y han jugado con las cifras y las artimañas políticas para asegurar que el Gobierno ha ocultado 400.000 desempleados más mediante “maquillaje estadístico”; incluso he encontrado foros en los que se hacen apuestas para calcular las cifras de parados para el mes siguiente.
Y es una pena, porque la frialdad -y hasta la frivolidad- con la que se encumbra la tragedia del desempleo en nuestro país deja a un lado la impotencia y el ardor que genera la disección de la cifra global cuando recorremos el camino a la inversa: de los cuatro millones a los 168.000 de la provincia, y de ahí a los de cada municipio, a la misma tierra que pisamos.
Dicen cuatro millones como podrían decir diez, porque lo que verdaderamente nos importa es que, aquí mismo, a nuestro lado, nos dicen 50 personas más y se expande un eco de inquietud, nos dicen 200 y se te seca la boca, nos dicen 500 y no vemos más que desesperación, que es el único brote que arraiga hasta ahora, sin que sepamos elegir su color, ni falta que hace.
El Gobierno debe saber a estas alturas que sus planes-remedio no sirven para crear empleo, sino para inventarlo -con fecha de caducidad incluida-, que sólo reportan supervivencia temporal a las empresas adjudicatarias y que dan vidilla a los ayuntamientos; lo que traducido resulta: pan para hoy, hambre para mañana. El problema es que, para regocijo de sus detractores y escarnio de los que le aportan respuestas, no hay alternativas para 2010. Más de lo mismo. Y el presidente, como el que escucha llover.

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