FUTUROS DIFUNTOS
Calificación ** 1/2
autor: Eusebio Calonge.
dirección y espacio escénico: Paco de La Zaranda.
reparto: Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez y Enrique Bustos.
Obra original estrenada a finales de 2008 en el teatro Sorano de Toulouse.
Cuando uno se acerca a la biografía de una compañía como La Zaranda está casi obligado a sentirse abrumado, satisfactoriamente abrumados cabe añadir, si a ello sumamos el hecho de haberse gestado en Jerez y en unos momentos tan trascendentales como los de la transición a la democracia. Considerada como una compañía de culto y, para muchos, la mejor de las existentes en nuestro país, La Zaranda acumula elogios certeros y sinceros a lo largo de esta trayectoria de treinta años en los que sus montajes y puestas en escena han recibido el reconocimiento de la crítica a ambos lados del charco. Llevan casi un año representando su última producción, Futuros difuntos, con la que llegaron a Jerez este pasado sábado para conmemorar entre sus paisanos y seguidores su estimulante cumpleaños. Si bien hay que partir del hecho de que cumplir años no tiene por qué ser sinónimo de sabiduría o infalibilidad, sobre todo en el plano cultural -también Almodóvar ha cumplido treinta años de director y lo ha celebrado con una de sus peores películas, por ejemplo-, lo cierto es que este último trabajo de La Zaranda merece ser celebrado, aunque sólo sea por el hecho de ensalzar un compromiso artístico con la escena, con la fidelidad a un estilo, a la búsqueda de conceptos desde los que subrayar y enriquecer el propio texto..., aspectos todos ellos que adquieren un rango y una dimensión imprescindibles en este caso para enriquecer el desarrollo de la función.
La obra se desarrolla en el interior de un manicomio cuyo gerente acaba de fallecer. Tres de los internos, conocedores de la situación, comienzan a plantearse la posibilidad de asumir el mando en la institución y se lanzan a una serie de debates y disputas de trasfondo social y belicista con el único objetivo de dirimir quién de ellos tomará el mando. La sala en la que se desarrolla toda la función es, en realidad, una metáfora del mundo contemporáneo, revivido por constantes alusiones a diferentes contiendas bélicas, monarquías absolutistas, revoluciones, alzamientos... que ponen de manifiesto la expresa voluntad del hombre de ejercer su dominio sobre los demás -en el caso de los tres locos, en escena les acompañan varios maniquís que hacen la función de internos a los que desplazan, someten y torturan a su antojo a lo largo de la escasa hora y cuarto que dura la representación-.
La collera artística formada por Eusebio Calonge (autor de la obra) y Francisco de La Zaranda (director de la puesta en escena) demuestra una vez más su capacidad para hacer crecer y madurtar el texto una vez que el mismo se asienta sobre las tablas de un teatro, otorgando una relevante significación a cada uno de los objetos y composiciones escénicas que se van sucediendo a lo largo de la representación.
Los objetos, en este caso, parecen instrumental obtenido de un hospital de campaña abandonado: sillas de rueda, camillas, altavoces, cubos..., todos ellos utilizados con distinto fin y posición a medida que va transcurriendo la obra. Las composiciones, por su parte, beben de fuentes que van desde los grandes maestros de la pintura, de Velázquez a Goya, hasta el propio mundo teatral, mediante la conversión de la escena en un púlpito de títeres, y en ambos casos en busca de una trascendentalidad acorde con los propósitos de la obra.
No son las únicas referencias intelectuales dispuestas puntual y metafóricamente ante el espectador, como queda de manifiesto con la incorporación a la narración de un gran espejo que domina y preside toda la escena para incidir en el valor del reflejo de la realidad, la misma que van reproduciendo los tres protagonistas a medida que avanzan en sus atribulados empeños por solventar la cuita a la que se enfrentan.
Y por último, y con especial incidencia, la música, utilizada como tránsito de una fase a otra de la representación de la mano de Mozart y Bach, sin olvidar la música de charanga de pueblo, tan felliniana por otra parte, que también acompaña las vicisitudes de los “futuros difuntos”.
Son, en definitiva, todos estos elementos -ese “lenguaje propio” al que tanto aluden los responsables de la compañía- los que soportan el peso principal de la puesta en escena, los que mantienen la atención del espectador y le obligan a cuestionarse el significado de cada situación. El problema, al menos en mi caso, es que no llego más allá, no logro dejarme llevar por la manifiesta locura universal que escenifican sus tres locos protagonistas -magníficamente encarnados por Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez y Enrique Bustos-; me parece estupendo el nivel intelectual con el que está construida toda la obra, los aciertos de algunos diálogos, pero no me conmueve, no me zarandea como espectador.
Cuando menos, la mayoría de espectadores que asistieron al Villamarta la pasada noche dejaron de manifiesto con sus aplausos un alto grado de satisfacción con la obra, reconociendo con su prolongada ovación no sólo el valor de la obra, sino la trayectoria de una compañía en pleno momento de celebración, ya sea por los años, por su talento para seguir explorando las posibilidades de la escena, como por el prestigio acumulado en el transcurso de todo este tiempo.
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