Hoy le he estado dando vueltas en el patio a un tema que pone a la gente indignada y yo no sé de qué se indigna la gente. Es como si nadie tuviera otra cosa que hacer aparte de ponerse indignado.
Me refiero a eso, que ya se está convirtiendo en costumbre, de darle un carguito o un puesto de trabajo o una subvención a un cuñado, a un hijo, a un hermano o a un familiar cualquiera de cualquier grado de consanguinidad o afinidad. ¿No es verdad que todos queremos lo mejor para nuestros familiares y amigos? Pues entonces a qué viene eso de rasgarse las vestiduras cuando se descubre algún marrón de este tipo? A muchos que critican la cosa los ponía yo en un alto cargo y con un cuñado en paro. ¿Acudirían a hacerle un favor o los dejarían a su suerte? Por tanto yo animo desde aquí a padres, tíos, hermanos, cuñados, abuelos…a que repartan todos los privilegios que puedan entre ellos y que los repartan pronto a ver si acabamos urgentemente con este país de una vez y comenzamos otro nuevo con otras ideas y otras caras (menos duras). ¿Es mucho pedir?
El problema es que esta epidemia se está desarrollando a pasos agigantados y corremos el peligro de quedarnos sin familiares a los que favorecer. Cada día nos desayunamos con un cuñadísimo o un hermanísimo que nos pone los vellos rabiosos más por el descaro de que hacen gala que por el favoritismo en sí. El caso más reciente y más claro es el de Urdangarín, el yernísimo, cuyo cerebro debe ser tan pequeño como largas son sus manos. ¿Qué les voy a contar que ustedes no sepan o no se imaginen? Y ¿qué hacemos con la hija del rey? ¿Y qué hacemos con el mismo rey? Lo que hacen los más listos es decir que respetan las decisiones judiciales, aunque las vean descafeinadas y sin entrar en faena. Los listos dejan correr el agua para no meterse en ríos ni en líos. O sea, que tranquilos, que aquí no pasa nada, pasando de todo.
Pero no hay que asombrarse tanto en esta vida, porque eso de favorecer a los “nuestros” es moneda de uso común en esta España que nos va a helar el corazón el día menos pensado. La historia de la humanidad está a rebosar de ejemplos. Mañana es fiesta en Cádiz. Se celebran los doscientos años de la promulgación de la Constitución de 1812 en el Oratorio de San Felipe Neri. Además es el santo de los Pepes y las Pepas.
Pues bien, hay un personaje que además de ser Pepe, estuvo metido de lleno en la España de aquel entonces y que habría que destacarlo porque al fin y al cabo parece que era un hombre de buenas intenciones. Era hermano de Napoleón Bonaparte y se llamaba José. ¿Ven ustedes hasta dónde puede llegar la pasión por la propia sangre? Napoleón no solamente le dio un carguito al hermano, sino que en el paquete incluyó la corona de España. La historia lo llamó José I. Aquí le pusimos Pepe Botella. Hay muchas versiones sobre este apodo. Parece que Pepe, para congraciarse con el pueblo español, que no lo quería ver ni en pintura, bajó el precio del vino. Otros dicen que le pegaba a la botella por derecho. Hasta le sacaron sus versos y todo. Decían: “-Pepe Botella, baja al despacho. –No puedo ahora, que estoy borracho”. También: “Anoche, Pepe Botellas, anoche se emborrachó y le decía su hermano: borracho, tunante, perdido, ladrón”. Otra: “Ya se fue por las Ventas el Rey Pepino, con un par de botellas para el camino”.
Total, José Bonaparte cogió una buena parte del botín, aunque nunca sabremos lo que le diría a su hermano cuando regresó a Francia huido. Muy probablemente se acordaría de toda su familia. Lo dicho, que hay que beneficiar a los parientes, como ha hecho todo el mundo a través de la historia, aunque no olviden aquel célebre refrán “Cría cuervos y te sacarán los ojos”
En todo caso, felicidades a todos los Pepes y Pepas y a sus queridos familiares.
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