El tiempo en: Jaén

Curioso Empedernido

Agatón Conspirador

Estaba en el invierno de su paso por este mundo. Había aprendido, a base de muchos fracasos y agresiones, a ser perverso y ser capaz al mismo tiempo de dar una mano a Dios y otra al Diablo...

Estaba  en el invierno de su paso por este mundo. Había aprendido, a base de  muchos fracasos y agresiones, a ser perverso y ser capaz al mismo tiempo de dar una mano a Dios y otra al Diablo. Solo hablaba, aunque creyera lo contrario, de sus fantasmas y alucinaciones, moviéndose con habilidad y destreza entre la espada y la pared, más pendiente de la estética que de la ética, más de las apariencias que de las esencias.

Poco a poco, se había entrenado y acostumbrado en el misterio y el silencio. Era un maestro en estar en tierra de nadie. También había adquirido una gran habilidad en hablar consigo mismo. Lo que al principio parecía un juego diabólico se había convertido en una necesidad, casi en una obsesión.

A pesar de que a lo largo de su carrera política, había gozado de un poder casi absoluto y acompañarse de una aureola para  lograr todo lo que le pidieran y se le antojara, no había conseguido ninguno de los objetivos de su vida.

 Agatón se daba cuenta que estaba viviendo como la letra de un bolero, la historia de lo que pudo haber sido y no fue. Con frecuencia se preguntaba  y se reprochaba para que tanto juego conspiratorio, para que ese empeño en moverle la silla al amigo y eliminar a los adversarios.
 

El enigma a desvelar le llevaba a cuestionarse la cantidad de tiempo perdido entre locuras e insensateces, cuánta energía despreciada en batallas inútiles y estériles. Cuánto querer que los demás se comporten como nosotros queremos si nosotros no sabemos como comportarnos.

Entre el  cansancio y el hastío  de tanta conspiración, había ido superando alborotos, agitaciones y pesadillas que habían hecho de su existencia una especie de tren de los horrores, aunque casi siempre se había enfrentado a la realidad cogiendo el toro por los cuernos y superando espejismos, pasando de tracas y loores, y   colocando en su sitio a los falsos mitos.

Se había acostumbrado a estar siempre con el alma en vilo, sin saber que iba a encontrarse a la vuelta de la esquina. Había embargado lo mejor de su vida entre dialécticas y retóricas. Había llegado el momento de liberar tensiones, expulsar el estrés acumulado y equilibrar emociones.

No quería seguir malgastando sus años envuelto en las patrañas de gente indeseable, que solo aportan números rojos al saldo de nuestra experiencia. Quería darle un giro a todo, ser una persona distinta, salir de aquel invierno y acercarse a una nueva primavera.

Se sentía con ganas de luchar  y fuerzas para deshacer todo aquel entuerto, y aunque las cosas, en muchas ocasiones, no son como las esperamos, quería darse una nueva oportunidad  y disfrutar de cada instante, poniendo en juego todas sus energías.

Ahora sus palabras nacían sabias de su boca irónica como un hermoso canto, como un espejo en el que al mirarse, no necesitaba de mentiras implantadas ni de vaivenes soterrados y ponían algo  de encanto y magia en lo que  había sido su peligrosa monotonía.

Le servían también para reconocer los méritos de los otros, exponer sus ideas, seducir y convencer, denunciar privilegios, los recuerdos del pasado y las propuestas del futuro. Era el momento de sentirse, sin ataduras ni tutelas, sin condicionantes ni servidumbres, libre como el viento.

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